El bosque
de las columnas.
Paloma Torres
¿De dónde viene la columna, será de los troncos de los árboles o de nuestra columna vertebral?
Sin importar la respuesta, ésta ha cumplido varias funciones a lo largo de la historia; desde mantenernos erectos, sostener el follaje de los árboles, o conmemorar las hazañas de los héroes y las historias de las sociedades.
Fotografías: Jake Naughton.
La columna es una constante fuente principal de inspiración en el trabajo de Torres, que siendo hija de un arquitecto, la entendía como el sostén principal de su espacio privado, pero también como memoria y evocación de lo remanente; por ejemplo, en lo que perdura del templo de las Mil Columnas, articulado con el templo de los Guerreros en Chichén Itzá o su presencia en la sala Hipóstila del templo de Amón en Karnak.
Esto se representa a través de los gestos escultóricos que plantea la artista, en los que se desencadena un cuestionamiento de nuestras expectativas frente al paso del tiempo y la lente psicológica con la que procesamos los acontecimientos en nuestra memoria.
Estos reductos donde dichas pilastras se repiten casi hasta el infinito, hicieron que la artista se percatara de la portentosa anatomía que pueden llegar a tener las columnas y la forma en que se imponen para crear así nuevos espacios. Haciendo que el mundo se lea de una manera vertical, ya que dirigir los ojos al cielo se convierte en la única manera de poder abarcarlo con la mirada.
Parte fundamental de esta instalación contempla la participación activa de vecinos, colectivos y comunidad de la Colonia Guerrero, a traves de un programa de vinculación local así como diversas actividades abiertas al público.
“Siempre he deseado que el espectador disfrute la experiencia que yo tuve, aunque reconozco que la forma de mirar un espacio al caminar es completamente personal, y esto lo hace todavía una experiencia más íntima. Nadie ve, ni aborda el objeto de la misma manera…”
Paloma Torres trabaja la escultura desde su relación con el espacio, la ciudad y la arquitectura. Su idea detrás de conjugar una práctica artística con las imágenes de la urbanidad, sobre todo la moderna —que se puede pensar desde lo industrial—, está centrada en una reflexión sobre las dinámicas sociales: “como escultora comprendí que —precisamente— era en la interacción de los espacios y las estructuras donde se forja el espíritu de una sociedad”.
La mayor parte de su obra escultórica interpreta las formas del paisaje urbano y sus elementos arquitectónicos, desde las varillas de una obra negra hasta la monumentalidad de los edificios, con materiales como el barro, el bronce, el metal, la piedra, la madera e incluso el fieltro. Durante el principio de su carrera, utilizó principalmente el barro, ya que al trabajarlo le daba la oportunidad de utilizar sus manos como la herramienta principal para construir “… de tal modo que mantuviese el control total sobre la pieza, admitiendo gozosamente que sólo el fuego tiene la última palabra”.